El divorcio no es considerado un hecho extraordinario, traumático y patológico. Es un ciclo posible dentro de la evolutiva de cualquier vida familiar.
Cuando una pareja decide divorciarse, su primer objetivo a alcanzar es la separación física y dejar la convivencia en el mismo hogar. Instrumentalmente la pareja se separa. Sin embargo, la pareja parental necesita estar más unida que nunca por los hijos. El lazo familiar continua, aunque la pareja se divorcie.
Los principales efectos del divorcio sobre los hijos son:
-Adaptarse a una nueva organización familiar.
-Modificar las relaciones entre los miembros del sistema familiar.
-Convivir con dos estructuras familiares ahora independientes.
Ante esta nueva situación de convivencia familiar, los hijos adolescentes suelen expresar su enfado a través de discusiones con quién convive, ya sea el padre o la madre. Los conflictos de “lealtades” persisten alternando choques y alianzas.
La mediación familiar puede facilitar el fortalecimiento de los vínculos familiares, -especialmente las relaciones padres-hijos y entre hermanos-, y ayudar a reconstruir el sistema parental. Ajustando la realidad para dar espacio a la aceptación y el cumplimiento de las normas familiares. Gestionando el caos que vive el adolescente, si pedirle más de lo que puede dar, y estableciendo estructuras que lo contengan. Mediante el diálogo, los mediadores escuchan activamente y respetan los relatos minuciosos, los silencios, y los ritmos de tiempo de las personas para abordar los temas conflictivos. Todo esto dentro de un marco de confidencialidad.
Via: Sandra Sacristán
Psicóloga Col. nº 13.339
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